jueves, 9 de febrero de 2012

Desde la Teoría Bolivariana de la Historia (4 de Febrero de 1992) por Eloy Reverón

(Texto preparado para la exposición sobre el 4F realizada por el autor en "Librerías del Sur" sede esquina de Las Gradillas, el día jueves 9 de febrero de 2012 atendiendo invitación del Frente de Comunicadores Populares Nuestra América)
Desde el triunfo de la Oligarquía Conservadora a raíz de la muerte de Simón Bolívar, el poder establecido utilizó la estrategia de fragmentar la historia para sacar los hechos de contexto y desvincularlos de los procesos que los pueden explicar. Uno de sus movimientos tácticos característicos consistió en exaltar las fechas y los héroes por encima de los pueblos y sus luchas, tendencia que logró su máximo esplendor con la conmemoración del centenario de la muerte del Libertador.
  
De allí nos viene un hábito que puede ser nocivo si no colocamos a ambos en su justa dimensión: presentar la historia fraccionada y colocar el culto al héroe por sobre la lucha de los pueblos, minimizando la lucha de clases y banalizando la dialéctica de la Dominación – Resistencia- Liberación, la cual agrega una variable a la expresión sintética de la historia como historia de la lucha entre explotadores y explotados. Algo tan simple como importante, en las regiones colonizadas: los explotadores tienen dueños foráneos. Esta realidad histórica menos considerada aún, afecta de variadas maneras.   

Hemos visto de qué descarada manera, los retoños del colonialismo aún pretenden banalizar esta fecha mediante del aislamiento del hecho con su pasado, reduciéndolo a su mínima expresión: “Un Golpe fallido”. Ellos sospechan que no se puede llegar a la realidad del 4F sin el trasfondo del 27 de febrero de 1989, sin lo señalado en el párrafo anterior. Se concentran en el lado oscuro de ese día: la sangre. Desde ese punto de vista no habría nada que celebrar, menos aún cuando la fecha emerge como hito para hacer visible ante todos, el agotamiento del modelo de dictadura de partidos vestida de democracia de élites. Desde este punto de vista no podrían celebrar el hecho más sangriento de nuestra historia, la independencia.

La reflexión sobre el sentido del 4F se presta para el desarrollo de varias ideas fundamentales. La trayectoria de la relación entre pueblo y ejército cuya importancia ya era advertida por Francisco de Miranda en 1806. Su discípulo esencial, el general Manuel Piar, logró sus triunfos mediante el reclutamiento de su oficialidad en los sectores populares en virtud de las promesas de tierra y libertad. Podríamos agregar los ejemplos de Boves y Zamora que se agruparon en una línea semejante. O del mismo Páez para ponerlos al servicio de la Oligarquía Conservadora.

En un sentido contrario, la oligarquía conservadora se preocupó por reconstruir la idea de un ejército de castas a partir de 1830; y finalmente cómo Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez se ocupan en reorganizar un ejército presto a sus intereses durante la reformulación del proyecto de la sociedad colonial implantada, de los cuales saldrá el autor intelectual de este proceso, el general López Contreras, heredero del régimen que crearía una serie de instituciones, que van desde el plano militar hasta el ideológico, donde enfrenta con el culto al Libertador, a los influjos de las corrientes ideológicas representadas como el fascismo y Comunismo, al los cuales veía como amenaza para la integridad nacional. De allí surgen nuevas relecturas del ideal bolivariano y la reedición de sus obras completas. El pensamiento bolivariano queda relegado finalmente a una referencia protocolar en los actos públicos. La esencia del pensamiento bolivariano se verá opacada por la realidad internacional de la guerra fría y la conformación del mundo bipolar que marcarán el curso de las características generales de un ejército de porte nacionalista, pero que cada vez se alejó del pueblo que lo conformaba, así surgieron los primeros levantamientos del año nuevo de 1958. Finalmente, la estrategia de Betancourt al jubilarlos temprano, generó una oficialidad con una carrera alternativa a la militar que inevitablemente los llevaría a otros niveles de reflexión política como se notó mejor en el ambiente después del 4F, la advertencia del 2 de junio y el 27N, todos en el año de 1992.

Por ahora nos interesa dejar sentado la proyección del 4F como un factor dinámico hacia la conformación de una nueva doctrina de seguridad y defensa integral, donde el desarrollo de esta unidad terminará con romper los viejos esquemas impuestos desde la “Escuela de las Américas”.

El segundo aspecto que debe llevarnos a reflexión el 4F es su papel al poner en evidencia el agotamiento de un modelo político al servicio de las fuerzas foráneas de dominación neo coloniales, el cual estaba sedimentado en los miedos inculcados desde los intereses de la Guerra Fría, el fantasma de comunismo, y la arrogancia de los intereses neoliberales que tenían montada su trampa desde la década del 70 del siglo pasado y que sonaron sus trompetas triunfales en el símbolo de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, pone en evidencia lo que el neoliberalismo venía proclamando: “El fin de las ideologías” fiesta opacada ante la necesidad de un auto golpe, una suerte de muro de Berlín neoliberal, el 11 de septiembre de 2001 de las torres gemelas. Asunto que termina dando razón a la idea manejada en la Escuela de Historia UCV  por el profesor Eduardo Camps V en 1989: el derrumbe de la sociedad industrial en una nueva manifestación de la crisis del capitalismo, cuyo primer  momento coyuntural fue ubicado en 1928.

Efectivamente, la denominada “Democracia Representativa”, diseño y obra del Departamento de Estado y su rostro visible, el Pacto de Punto Fijo, que le diera forma a la dictadura del capital disfrazada con el lema de la “Gran Venezuela”, representado por Carlos Andrés Pérez y su represión intensa a la operación Argimiro Gabaldón y a cualquier intento de insurgencia guerrillera. CAP incrementaba el gasto publico mediante el endeudamiento externo, mientras el FMI y el Banco Mundial tejían su telaraña. En 1981 caen los precios del petróleo, y como siempre, los más pobres pagan los platos rotos.     

El presidente entonces electo Luis Herrera Campins señaló recibía una “Gran Venezuela” hipotecada en 1979. El 18 de febrero llega la hora de enfrentar la realidad. Cae la careta que impide seguir ocultando cómo mediante los vectores de la fuerza de dominio económico y cultural, habían colocado a la soberanía nacional de rodillas.

La clase dirigente que había comprado sus petrodólares baratos para depositarlos en los bancos de las potencias neo coloniales para enriquecerse con la mano de obra abaratada de los venezolanos. La fuga de divisas ha sido calculada en 8 mil millones de dólares antes del control de cambios.

Monseñor Moronta, Guillermo Morón y una prolongada lista que publicó  Últimas Noticias poco después del llamado "Viernes Negro", el 18F de 1983. Muchos creyeron que con un presidente “como tu”, el problema sería superado, pero después de nuevos refinanciamientos de la deuda,  empeoraría la realidad económica.

En 1989 estalló la rebelión popular contra el paquete de medidas económicas destinadas, como había sido costumbre histórica, a colocar todos los recursos naturales a la disposición de los dueños foráneos de la deuda, el capital internacional. La gente, no solo se negó a pagar mediante el alza de precios, sino que entró en masa a saquear los abastos y supermercados. Los medios de comunicación hicieron el resto difundiendo la noticia en la forma como lo hicieron.

Al general Itlalo del Valle Aliegro le tocó dirigir la operación de “restablecer el orden” mediante una represión tan brutal, que el ministro Izaguirre se devolvió del micrófono cuando leyó la tamaña mentira que le tocaba leer en un papel que llevaba en la mano. Aristóbulo habló de la soga en la casa del ahorcado diciendo que había que democratizar la democracia, estas palabras solo tuvieron repercusión cuando fueron repetidas astutamente por el doctor Caldera.  

Después de tres años, desde que los parlamentarios se habían rasgado las vestiduras admitiendo que en el estado deplorable de la realidad social estaba la tragedia que tuvieron que reprimir. La clase política no entendió que el mundo de las relaciones de poder estaba cambiando, y aún continúa.
Una realidad donde se concentraron fuerzas sociales, económicas, políticas y culturales emerge en  la historia de nuestra América a la hora de pensar en las causas de un estallido social, donde el 4F es uno de los eventos primordiales para impulsar la toma de conciencia necesaria para dar un paso al frente hacia una alternativa digna para los pueblos.

Hay dos elementos sustanciales que se unen en esta fecha. La reacción de un pueblo que sale a la calle reclamando el pan ante la expropiación de su bienestar y su futuro, e irrumpe de manera abierta y evidente contra el “orden público”, sacando la mercancía de los almacenes donde los especuladores acumulaban grandes cantidades de alimentos que esperaban la aplicación del paquete de medidas, para venderlos con los nuevos precios. El segundo elemento, la reacción de los militares de rango medio conscientes de que los cambios sustanciales necesarios a los que se referían los políticos desde el Congreso, no eran asumidos con la urgencia del caso, y por consiguiente se haría necesario un nuevo acto de represión contra un pueblo enardecido. Ante esta realidad, las nuevas generaciones de militares, no estaban dispuestos a manchar sus manos de sangre para seguir sosteniendo aquella dictadura de partidos que eufemísticamente llamaban democracia.

La relación de estos elementos sustanciales está mediada por dos asuntos que se expresan en las imágenes archivadas y expuestas en estas fechas. Por un lado la represión y por el otro la censura mediática. Durante el 27 de febrero y los días sucesivos, las imágenes de los saqueos estuvieron al orden del día. Los televidentes se enteraron de las protestas y decidieron unirse a lo que se estaba convirtiendo en una rebelión civil. Los medios comenzaron a ser censurados por el toque de queda y la suspensión de las garantías constitucionales, habría que esperar hasta 1992 para que estallara la crisis institucional.

El 4 de febrero, le dieron el micrófono en vivo al comandante Chávez para que aplacara la rebeldía, pero el arrojo reflejado en sus célebres palabras: “asumo la responsabilidad” del golpe, algo que no había hecho ni vuelto a hacer por personaje alguno en nuestra historia.  Y no conformándose con eso advierte, que el cese de hostilidades es transitorio, “por ahora”, como diciendo perdemos esta batalla pero ganaremos la definitiva. 

El cuatro de febrero marca un hito de cabal importancia porque la falta de virtud de una pandilla de gobernantes que habían endeudado al país al extremo de tener que aceptar un paquete de medidas económicas que colocaban como víctimas de la deuda, a los sectores más pobres de la economía.

En esta rebelión convergen la corrupción de los poderes y los valores producto de la misma crisis del capitalismo, y la falta de conciencia, por parte de una clase dominante, al no poder percibir los cambios que se venían generando desde la caída del muro de Berlín en el reordenamiento de los poderes mundiales, los cuales son muy fácil de apreciar desde esta perspectiva del 2012, pero que en aquel momento había que estar muy consciente de la realidad histórica para darse cuenta del proceso que comenzaba a gestarse.

Finalmente sale a la luz pública el intento de un modelo ideológico alterno desde un bolivarianismo que había sido desprestigiado porque había permanecido en el uso absoluto de su patrimonio político por parte de la oligarquía, ahora presentaba una relectura desde la alegoría del árbol de las tres raíces. El pensamiento bolivariano que reaparece en el escenario público como un elemento para estimular el imaginario colectivo hacia un proceso liberador de la conciencia, mucho más allá que el pensamiento mismo del Libertador, son las realidades de su época que no se han resuelto integralmente en el presente. Interpreto que buscar la teoría bolivariana de la realidad histórica desde la reflexión de nuestra realidad colonizada en busca de liberación.

Así la teoría bolivariana de la historia se construye desde el momento primordial de la implantación de la base de operaciones para la Conquista de Nuestra América, desde la isla de Quisqueya, rebautizada La Española a partir del encubrimiento de América en 1494, y alcanzará el cierre del período histórico cuando los cuatro vectores de la fuerza de dominio colonial sean integralmente sustituidos por los vectores de la fuerza liberadora.     

Esto se puede apreciar en el discurso del presidente Chávez cuando habla de resistencia de la indianidad y evoca nombres como Tupac Catari, Lautaro y Guaicaipuro. 

Desde la Teoría Bolivariana de la Historia (4 de Febrero de 1992) por Eloy Reverón

Desde el triunfo de la Oligarquía Conservadora a raíz de la muerte de Simón Bolívar, el poder establecido utilizó la estrategia de fragmentar la historia para sacar los hechos de contexto y desvincularlos de los procesos que los pueden explicar. Uno de sus movimientos tácticos característicos consistió en exaltar las fechas y los héroes por encima de los pueblos y sus luchas, tendencia que logró su máximo esplendor con la conmemoración del centenario de la muerte del Libertador.
  
De allí nos viene un hábito que puede ser nocivo si no colocamos a ambos en su justa dimensión: presentar la historia fraccionada y colocar el culto al héroe por sobre la lucha de los pueblos, minimizando la lucha de clases y banalizando la dialéctica de la Dominación – Resistencia- Liberación, la cual agrega una variable a la expresión sintética de la historia como historia de la lucha entre explotadores y explotados. Algo tan simple como importante, en las regiones colonizadas: los explotadores tienen dueños foráneos. Esta realidad histórica menos considerada aún, afecta de variadas maneras.   

Hemos visto de qué descarada manera, los retoños del colonialismo aún pretenden banalizar esta fecha mediante del aislamiento del hecho con su pasado, reduciéndolo a su mínima expresión: “Un Golpe fallido”. Ellos sospechan que no se puede llegar a la realidad del 4F sin el trasfondo del 27 de febrero de 1989, sin lo señalado en el párrafo anterior. Se concentran en el lado oscuro de ese día: la sangre. Desde ese punto de vista no habría nada que celebrar, menos aún cuando la fecha emerge como hito para hacer visible ante todos, el agotamiento del modelo de dictadura de partidos vestida de democracia de élites. Desde este punto de vista no podrían celebrar el hecho más sangriento de nuestra historia, la independencia.

La reflexión sobre el sentido del 4F se presta para el desarrollo de varias ideas fundamentales. La trayectoria de la relación entre pueblo y ejército cuya importancia ya era advertida por Francisco de Miranda en 1806. Su discípulo esencial, el general Manuel Piar, logró sus triunfos mediante el reclutamiento de su oficialidad en los sectores populares en virtud de las promesas de tierra y libertad. Podríamos agregar los ejemplos de Boves y Zamora que se agruparon en una línea semejante. O del mismo Páez para ponerlos al servicio de la Oligarquía Conservadora.

En un sentido contrario, la oligarquía conservadora se preocupó por reconstruir la idea de un ejército de castas a partir de 1830; y finalmente cómo Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez se ocupan en reorganizar un ejército presto a sus intereses durante la reformulación del proyecto de la sociedad colonial implantada, de los cuales saldrá el autor intelectual de este proceso, el general López Contreras, heredero del régimen que crearía una serie de instituciones, que van desde el plano militar hasta el ideológico, donde enfrenta con el culto al Libertador, a los influjos de las corrientes ideológicas representadas como el fascismo y Comunismo, al los cuales veía como amenaza para la integridad nacional. De allí surgen nuevas relecturas del ideal bolivariano y la reedición de sus obras completas. El pensamiento bolivariano queda relegado finalmente a una referencia protocolar en los actos públicos. La esencia del pensamiento bolivariano se verá opacada por la realidad internacional de la guerra fría y la conformación del mundo bipolar que marcarán el curso de las características generales de un ejército de porte nacionalista, pero que cada vez se alejó del pueblo que lo conformaba, así surgieron los primeros levantamientos del año nuevo de 1958. Finalmente, la estrategia de Betancourt al jubilarlos temprano, generó una oficialidad con una carrera alternativa a la militar que inevitablemente los llevaría a otros niveles de reflexión política como se notó mejor en el ambiente después del 4F, la advertencia del 2 de junio y el 27N, todos en el año de 1992.

Por ahora nos interesa dejar sentado la proyección del 4F como un factor dinámico hacia la conformación de una nueva doctrina de seguridad y defensa integral, donde el desarrollo de esta unidad terminará con romper los viejos esquemas impuestos desde la “Escuela de las Américas”.

El segundo aspecto que debe llevarnos a reflexión el 4F es su papel al poner en evidencia el agotamiento de un modelo político al servicio de las fuerzas foráneas de dominación neo coloniales, el cual estaba sedimentado en los miedos inculcados desde los intereses de la Guerra Fría, el fantasma de comunismo, y la arrogancia de los intereses neoliberales que tenían montada su trampa desde la década del 70 del siglo pasado y que sonaron sus trompetas triunfales en el símbolo de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, pone en evidencia lo que el neoliberalismo venía proclamando: “El fin de las ideologías” fiesta opacada ante la necesidad de un auto golpe, una suerte de muro de Berlín neoliberal, el 11 de septiembre de 2001 de las torres gemelas. Asunto que termina dando razón a la idea manejada en la Escuela de Historia UCV  por el profesor Eduardo Camps V en 1989: el derrumbe de la sociedad industrial en una nueva manifestación de la crisis del capitalismo, cuyo primer  momento coyuntural fue ubicado en 1928.

Efectivamente, la denominada “Democracia Representativa”, diseño y obra del Departamento de Estado y su rostro visible, el Pacto de Punto Fijo, que le diera forma a la dictadura del capital disfrazada con el lema de la “Gran Venezuela”, representado por Carlos Andrés Pérez y su represión intensa a la operación Algimiro Gabaldón y a cualquier intento de insurgencia guerrillera. CAP incrementaba el gasto publico mediante el endeudamiento externo, mientras el FMI y el Banco Mundial tejían su telaraña. En 1981 caen los precios del petróleo, y como siempre, los más pobres pagan los platos rotos.     

El presidente entonces electo Luis Herrera Campins señaló recibía una “Gran Venezuela” hipotecada en 1979. El 18 de febrero llega la hora de enfrentar la realidad. Cae la careta que impide seguir ocultando cómo mediante los vectores de la fuerza de dominio económico y cultural, habían colocado a la soberanía nacional de rodillas.

La clase dirigente que había comprado sus petrodólares baratos para depositarlos en los bancos de las potencias neo coloniales para enriquecerse con la mano de obra abaratada de los venezolanos. La fuga de divisas ha sido calculada en 8 mil millones de dólares antes del control de cambios.
Monseñor Moronta, Guillermo Morón y una prolongada lista que publicó últimas noticias poco después del llamado Viernes Negro 18F 1983. Muchos creyeron que con un presidente “como tu”, el problema sería superado, pero después de nuevos refinanciamientos de la deuda, se empeoraría la realidad económica.
En 1989 estalló la rebelión popular contra el paquete de medidas económicas destinadas, como había sido costumbre histórica, a colocar todos los recursos naturales a la disposición de los dueños foráneos de la deuda, el capital internacional. La gente, no solo se negó a pagar mediante el alza de precios, sino que entró en masa a saquear los abastos y supermercados. Los medios de comunicación hicieron el resto difundiendo la noticia en la forma como lo hicieron.
Al general Itlalo del Valle Aliegro le tocó dirigir la operación de “restablecer el orden” mediante una represión tan brutal, que el ministro Izaguirre se devolvió del micrófono cuando leyó la tamaña mentira que le tocaba leer en un papel que llevaba en la mano. Aristóbulo habló de la soga en la casa del ahorcado diciendo que había que democratizar la democracia, estas palabras solo tuvieron repercusión cuando fueron repetidas astutamente por el doctor Caldera.  
Después de tres años, desde que los parlamentarios se habían rasgado las vestiduras admitiendo que en el estado deplorable de la realidad social estaba la tragedia que tuvieron que reprimir. La clase política no entendió que el mundo de las relaciones de poder estaba cambiando, y aún continúa.
Una realidad donde se concentraron fuerzas sociales, económicas, políticas y culturales emerge en  la historia de nuestra América a la hora de pensar en las causas de un estallido social, donde el 4F es uno de los eventos primordiales para impulsar la toma de conciencia necesaria para dar un paso al frente hacia una alternativa digna para los pueblos.
Hay dos elementos sustanciales que se unen en esta fecha. La reacción de un pueblo que sale a la calle reclamando el pan ante la expropiación de su bienestar y su futuro, e irrumpe de manera abierta y evidente contra el “orden público”, sacando la mercancía de los almacenes donde los especuladores acumulaban grandes cantidades de alimentos que esperaban la aplicación del paquete de medidas, para venderlos con los nuevos precios. El segundo elemento, la reacción de los militares de rango medio conscientes de que los cambios sustanciales necesarios a los que se referían los políticos desde el Congreso, no eran asumidos con la urgencia del caso, y por consiguiente se haría necesario un nuevo acto de represión contra un pueblo enardecido. Ante esta realidad, las nuevas generaciones de militares, no estaban dispuestos a manchar sus manos de sangre para seguir sosteniendo aquella dictadura de partidos que eufemísticamente llamaban democracia.
La relación de estos elementos sustanciales está mediada por dos asuntos que se expresan en las imágenes archivadas y expuestas en estas fechas. Por un lado la represión y por el otro la censura mediática. Durante el 27 de febrero y los días sucesivos, las imágenes de los saqueos estuvieron al orden del día. Los televidentes se enteraron de las protestas y decidieron unirse a lo que se estaba convirtiendo en una rebelión civil. Los medios comenzaron a ser censurados por el toque de queda y la suspensión de las garantías constitucionales, habría que esperar hasta 1992 para que estallara la crisis institucional.

El 4 de febrero, le dieron el micrófono en vivo al comandante Chávez para que aplacara la rebeldía, pero el arrojo reflejado en sus célebres palabras: “asumo la responsabilidad” del golpe, algo que no había hecho ni vuelto a hacer por personaje alguno en nuestra historia.  Y no conformándose con eso advierte, que el cese de hostilidades es transitorio, “por ahora”, como diciendo perdemos esta batalla pero ganaremos la definitiva. 

El cuatro de febrero marca un hito de cabal importancia porque la falta de virtud de una pandilla de gobernantes que habían endeudado al país al extremo de tener que aceptar un paquete de medidas económicas que colocaban como víctimas de la deuda, a los sectores más pobres de la economía.

En esta rebelión convergen la corrupción de los poderes y los valores producto de la misma crisis del capitalismo, y la falta de conciencia, por parte de una clase dominante, al no poder percibir los cambios que se venían generando desde la caída del muro de Berlín en el reordenamiento de los poderes mundiales, los cuales son muy fácil de apreciar desde esta perspectiva del 2012, pero que en aquel momento había que estar muy consciente de la realidad histórica para darse cuenta del proceso que comenzaba a gestarse.

Finalmente sale a la luz pública el intento de un modelo ideológico alterno desde un bolivarianismo que había sido desprestigiado porque había permanecido en el uso absoluto de su patrimonio político por parte de la oligarquía, ahora presentaba una relectura desde la alegoría del árbol de las tres raíces. El pensamiento bolivariano que reaparece en el escenario público como un elemento para estimular el imaginario colectivo hacia un proceso liberador de la conciencia, mucho más allá que el pensamiento mismo del Libertador, son las realidades de su época que no se han resuelto integralmente en el presente. Interpreto que buscar la teoría bolivariana de la realidad histórica desde la reflexión de nuestra realidad colonizada en busca de liberación.

Así la teoría bolivariana de la historia se construye desde el momento primordial de la implantación de la base de operaciones para la Conquista de Nuestra América, desde la isla de Quisqueya, rebautizada La Española a partir del encubrimiento de América en 1494, y alcanzará el cierre del período histórico cuando los cuatro vectores de la fuerza de dominio colonial sean integralmente sustituidos por los vectores de la fuerza liberadora.     

Esto se puede apreciar en el discurso del presidente Chávez cuando habla de resistencia de la indianidad y evoca nombres como Tupac Catari, Lautaro y Guaicaipuro. 

jueves, 2 de febrero de 2012

El 4 de febrero de 1992, el 11 de abril de 2002 y la batalla por la interpretación del pasado por Amaury González Vilera

Dice la historiadora chilena Cristina Moyano citando a la prensa de su país, que el pasado mes de diciembre el Consejo Nacional de Educación aprobó unas bases curriculares que, en lo que se refiere a la historia reciente de la tierra de Salvador Allende, presentaban un importante y sensible cambio conceptual: el período histórico pinochetista ya no se llamaba dictadura militar sino “gobierno militar”.
Al leer esta noticia, lo primero que recordé fue la conocida novela de George Orwell, 1984, de la cual extraemos aquella frase que nos dice que “quien controla el presente controla el pasado, quien controla el pasado controla el futuro”, en clara alusión a las estrategias que en un momento dado pueden implementar los sistemas políticos totalitarios para borrar la memoria histórica, e incluso a la historia misma; lo otro que recordé, a propósito de los veinte años de los hechos del 4 de febrero de 1992, fue la pretensión que ha demostrado el oposicionismo en diversas ocasiones, de comparar y analogar la rebelión militar del 4 de febrero con el golpe de Estado fascista del 11 de abril de 2002. Según esta opinión, que seguramente se manifestará otra vez en la venidera conmemoración, Chávez llama golpista a Carmona y a su combo siendo él también un golpista.
El debate suscitado en la sociedad chilena luego de que se conociera la intención de modificar el nombre de un período histórico tan traumático para los chilenos, y la oposición que generó en diversos sectores, logró que la reforma fuera descartada; la dictadura militar seguiría siendo dictadura militar, y Pinochet el jefe histórico y responsable de la terrible represión. Y aunque el cambio de nombre, sutil y aparentemente inocuo, no cambia lo que “realmente ocurrió”, conviene recordar en primer lugar que las palabras no son neutras y menos aún si estas se refieren a conceptos y procesos políticos históricos. Una actitud anti intelectual podría no tener reparos en tachar esta discusión como una pérdida de tiempo, cuando no de pura paja. Pero las palabras, aparte de tener por lo general una o varias acepciones, pueden tener y de hecho tienen también connotaciones que han llegado a adquirir en el devenir histórico y que, aunque algunas llegan a desvanecerse, otras permanecen echando profundas raíces en el imaginario social en cuestión.
Pero más allá, o más bien más acá de las connotaciones, está el hecho de que cuando se trata de una palabra que expresa un concepto político, como democracia, libertad, hegemonía, república, empoderamiento o “vacío de poder”, precisamente por esto, esta está sujeta a luchas interpretativas por parte de todos aquellos que, conscientes de que la realidad es una construcción social, de que la palabra puede eventualmente crear una realidad; conscientes del poder ligado a la producción del discurso sobre la realidad social, pueden en un momento dado, para salvar responsabilidades, reafirmar su poder o, como en el caso chileno, para redefinir todo un período histórico ―que no por casualidad fue una de las etapas más oscuras de su vida política―, impulsar cambios sensibles y, como dijimos, aparentemente inocentes, en el sistema educativo o en las políticas comunicacionales como forma de trastornar la memoria histórica.
Por otra parte, Álvaro Cuadra, en su artículo “¿Dictadura o régimen militar?”, nos recuerda que el lenguaje es una de las herramientas centrales en la construcción de la memoria y el imaginario de una sociedad. Coincidiendo con lo que afirma Moyano, este autor reafirma que no estamos, como pudiera pensarse, ante un asunto sin importancia, ya que “es en el ámbito de lo simbólico donde cristaliza lo político”. Y es que, viniéndonos a Venezuela, a estas alturas del proceso bolivariano ¿alguien puede dudar, indistintamente de su filiación política, de los efectos que han tenido el uso de las palabras escuálido o, más recientemente, majunche, incorporadas magistralmente al discurso político por parte del presidente Chávez?
Nos recuerda Álvaro Cuadra, que la tarea de “limpieza” que iniciaron los golpistas tras la brutal toma del poder fue la del lenguaje. Los gorilas dirían en esa oportunidad, que no se trataba de un criminal golpe de Estado sino de un “pronunciamiento militar”, “como si con tal eufemismo se pudiera lavar la sangre salpicada en las calles de Chile”. Recordemos de nuevo la novela de Orwell, en cuya sociedad se usaba el único diccionario cuyas palabras disminuían cada día con el objetivo de limitar el alcance del pensamiento. Esto es lo que en nuestro mundo concreto llamaríamos una dictadura del lenguaje, y que en Chile comenzó desde el momento mismo del gorilezco “pronunciamiento”. Sin embargo, la creciente influencia de los llamados medios de comunicación en las últimas décadas, la podemos entender como la mera imposición de un lenguaje, con todo lo que esto conlleva y sin necesidad de disparar un tiro.
Todo lo anterior nos lleva al caso que nos convoca. ¿Fue el alzamiento militar del 4 de febrero de 1992 una acción golpista tal como lo fue la del 11 de abril de 2002? Podemos decir de entrada que no cabe comparación alguna entre ambos acontecimientos. Decir que ambos eventos fueron golpes de Estado y que por tanto los protagonistas de ambas acciones son golpistas sin más, sin ir muy lejos, sería como comparar la entrada en la Habana de Fidel Castro y los barbudos, el 1º de enero de 1959, con el cerco de los carabineros y el bombardeo subsiguiente al Palacio de la Moneda, el 11 de septiembre de 1973. El primer caso es conocido como la Revolución cubana; el segundo, como el sangriento derrocamiento de un presidente democráticamente electo. En Cuba, el evento provocó la alegría de todo un pueblo; en Chile, la acción fue el inicio de una brutal represión contra el pueblo chileno y los máximos líderes de la Unidad Popular, represión que incluyó muerte, tortura y desaparición física de mucha gente.
Más aún, el golpe de Estado de Pinochet fue en su momento saludado por el Departamento de Estado (EEUU), que también apoyó ampliamente la acción golpista, como se ventiló públicamente después. En el caso de la Revolución cubana, se sabe que esta no sólo no contó con apoyo alguno de EEUU, sino que fue víctima desde el mismo principio del proceso de todo un abanico de conspiraciones y agresiones, conflicto que tuvo su cénit de gravedad en la conocida crisis de los misiles de 1962, cuyas consecuencias hubieran sido catastróficas y de alcance mundial.
Como podemos ver, no caben comparaciones. Sólo tendríamos que peguntarnos, de tener dudas sobre si un atentado contra el Estado en un país dado es golpe o es rebelión, cómo fue la participación del pueblo en el episodio, qué ocurrió en lo sucesivo después de la “toma del poder”, y cuál es la posición del imperialismo ante el hecho. El 4 de febrero fue una rebelión militar apoyada por el pueblo contra un régimen deslegitimado que se había mantenido en el poder a punta de plomo, dominante mas no dirigente; el 11 de abril fue un golpe de Estado repudiado por el pueblo y que fue celebrado ampliamente por sectores nacionales y extranjeros en esas 48 horas que duró, y que permitieron que el mundo viera como privilegiado espectador, quienes lo habían apoyado, como se caían esas máscaras.
Hay una clara moraleja: los nombres siguen siendo importantes en la batalla por la interpretación de los hechos históricos, sobre todo porque el presente es historia viva y porque además, como vimos, no se trata sólo de mera “semántica”, sino de una batalla en el ámbito de lo simbólico como lugar donde cristaliza lo político.
@maurogonzag