lunes, 26 de marzo de 2012

Terremoto en Caracas 1812 Eloy Reverón

Un sismo de intensidad considerable dejó parcialmente destruida a Caracas, y afectó severamente a El Tocuyo, San Felipe y Valencia mientras celebraban la misa de Jueves Santo. Horas más tarde tembló en Mérida. El pánico se apoderó de los sobrevivientes. Así como se acordaban de Santa Bárbara solo cuando un rayo partía agrietaba la bóveda celeste, de la misma manera se arrodillaban para pedir protección a Dios, ante la posibilidad de un nuevo temblor.

Monseñor Narciso Coll y Prat difundió, a través de los sermones de sus sacerdotes, la matriz de opinión de que el terremoto era un castigo de Dios, había sido culpa del Gobierno. Dios los castigaba por haber desconocido la autoridad del Rey. Aunque la Asamblea Constituyente justificó reiteradas veces que la independencia fue motivada por el vacío de poder, ante la negación a reconocer a Bonaparte como rey. Solo a Humboldt o a Miranda se le hubiera ocurrido pensar que el temblor de la tierra se debía al deslizamiento de una placa tectónica.


Un comerciante marino de apellido Monteverde desembarcó en las inmediaciones de Coro con una tropa de trescientos saqueadores, a los cuales se les fue sumando tanta gente, que cuando llegaron a Caracas sumaban cerca de tres mil. Monteverde era canario, igual que la clase mercurial que se había rebelado contra el Gobierno en 1811. ¿Porqué rebelarse si ellos necesitaban la libertad de comercio? En realidad les iba muy bien con el contrabando, sino pregúntenle como le fue a Don Sebastián de Miranda o más tarde al Taita Boves con su pulpería en la zona fronteriza. 


La ausencia del Rey implicaba quedarse a merced de la aristocracia criolla, que asumió la organización de un gobierno independiente, como clase dominante se creyó heredera del Rey. Olvidó que los canarios y los pardos habían acumulado capital suficiente para reclamar su cuota de poder. Después pretendió asegurar los latifundios con la Ordenanza de Los Llanos, ese será otro capítulo destinado a la rebelión popular de los llaneros, y otro tema el de Piar, los pardos y la guerra de colores. O como diríamos ahora, la lucha de clases.
El tema de actualidad que vislumbra el recuerdo de ese movimiento telúrico, es la presencia de la cristiandad dominadora representada por el cura de alta jerarquía, Narciso Coll y Prat; frente al cristianismo liberador de Juan Germán Roscio. El primero justificaba el sistema de  dominación colonialista esclavista impuesto por la monarquía española; el segundo, un abogado defensor de la gente de la periferia, quién tuvo que enfrentarse al colegio de Abogados porque su linaje social estaba oscurecido por ciertos genes de la herencia autóctona de la Indianidad.


Cualquier parecido al aquí y ahora con Monseñor Urosa que se incorpora a la campaña electoral exigiendo al Gobierno que se ocupe de lo que se ocupa, de la violencia, pero olvidando no solo que El Pretendiente, escogido por la Mesa Esa, carece de plan concreto para enfrentarla, ni que tampoco la supo enfrentar como alcalde, sino que la Conferencia Episcopal Latinoamericana  (CELAN) reunida en Medellín, Colombia, 1968, declaró que el sistema económco, social, y político de la región era una forma de violencia institucionalizada. 

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