Queridos/as amigos/as y colegas:
El 16 de marzo pasado, el escritor venezolano Ibsen Martínez publicó, en el diario Tal Cual, un artículo titulado "Fandango de locos", en el que pueden leerse expresiones claramente racistas.
Pienso que tales locuciones no deben ser proferidas en ninguna época, mucho menos en pleno siglo XXI. Por supuesto, también juzgo que los sentimientos y actitudes a que remite tal clase de palabras no deben encontrar cabida en ningún cerebro o conciencia.
Considero que, al margen de sus posturas ideológicas y sus inclinaciones políticas, un intelectual debe contribuir a la civilidad, al debate de altura y al impulso de un genuino espíritu democrático. Las libertades de expresión y de crítica no pueden justificar el escarnio y el desprecio en detrimento de nadie. Este precepto ético debe ser de observancia aún más perentoria, cuidadosa y estricta, cuando se trata de sectores del género humano históricamente humillados, explotados sin piedad y sometidos a las peores violaciones y violencias.
Ésas son las razones por las cuales me permití replicar a IM, conforme con los límites de espacio de la publicación en la que expuso lo que le critico. No está ahí todo lo que podría decirse, pero espero que ese puñado de palabras al menos sirva para estimular la reflexión sobre el problema de fondo allí abordado y para cimentar una lucha contra todo acto y gesto que envilezca el debate político ideológico, a costa de los derechos y los requerimientos de justicia de millones de personas.
Si alguno de ustedes lo considera justo y necesario, puede difundir el escrito anexo. De antemano, gracias para quien tenga la bondad de hacerlo.
Cordialmente,
Josu Landa
El Artículo (Réplica):
E n "Fandango de locos" ( Tal- Cual , 16-3-2013), Ibsen Martínez incurre en dos modos del desprecio a los débiles: el clasismo y el racismo. Ambos coliden con el espíritu democrático y lastiman a millones de personas.
Ibsen Martínez da por buena la caracterización de Venezuela como un "fandango de locos", hecha por María Antonia Bolívar, tras la Independencia. ¿En qué se basa para validar esa expresión del asco mantuano contra la "pardocracia"? En nada estimable. El que haya sido la hermana mayor de Simón Bolívar quien profirió ambos exabruptos no les confiere un ápice de verdad. Al contrario: las reacciones proimperialistas de la máxima oligarca, luego de perder sus privilegios, confirman el fondo egoísta y retrógrada del que sólo puede surgir su sesgada lectura de aquella Venezuela. Todo el que ve obstruida su voluntad de dominio reacciona de manera análoga, máxime si ello se debe a la rebelión de quienes venía sometiendo. ¿De qué nos sirve ahora la opinión de la mantuana resentida, si no es como dato curioso y digno de repugnancia o de piedad condescendiente?, ¿qué alegría quiere Ibsen Martínez que extraigamos de tan vulgar historia? Donde sí hay grandeza es en lo que hace Simón Bolívar: trascender su condición de aristócrata a costa de su vida y sus caudales, apostar por la libertad y todos los buenos valores de la modernidad ilustrada, jugársela por la autonomía política y ética inherente a la kantiana "mayoría de edad" histórica, tras superar el ancien
régime. ¿Acaso considera el escritor que
Venezuela estaría mejor, si continuara siendo una Colonia española? Si es así, allá él; tiene todo el derecho de hacerlo.
A lo que no tiene derecho Ibsen Martínez es a vilipendiar a nadie. Tras celebrar los gruñidos de M. A. Bolívar, propone la noción "merienda de negros" --supuesto equivalente exacto de "fandango de locos"-- para definir la situación política venezolana, a la muerte de Hugo Chávez.
El escritor perpetra, así, un acto de racismo puro y duro: el desprecio supremacista hacia la chusma "africana", en comunión caótica, infrahumana, en torno al cadáver de su líder y héroe. La fácil pseudoantropología de la merienda de negros no da para más, pero induce a obviar el examen del complejo proceso de elaboración popular del héroe: la divinización de un hombre extraordinario --es decir, más allá del común-- fenómeno del que no ha podido prescindir ninguna civilización.
Dado que la muerte del presidente Chávez es un acontecimiento político, es esperable que sus adeptos traten de redituar el sentimiento épico de la vida que marca el duelo popular subsecuente. Así es la política. Es igual de esperable que eso moleste a gente como Ibsen Martínez. Pero esa previsible irritación no le autoriza a agredir a quienes viven con inocencia ese proceso, dibujándolos como una turba de seres inferiores, genéticamente proclives a una voracidad salvaje que deviene siempre caos irremediable.
No entiendo cómo Ibsen Martínez asume "merienda de negros" como una alocución "simpatiquísima". El racismo conjuga la estupidez de cifrar la valía de un ser humano en algo, por ejemplo, tan vacuo como el color de la piel, con la miseria moral de segregar, explotar a lo bestia y mancillar a quien se ha estigmatizado como inferior, con base en esa clase de criterios.
¿Puede haber algo más repelente? ¿Se dirá que exagero? A ver: para empezar, el inevitable diccionario de la Real Academia Española dice que "merienda de negros" significa "confusión y desorden en que nadie se entiende". Nada simpático, pese a ser una definición light, pues, borra el simbolismo salvaje --¿también caníbal?-subyacente en la asociación entre negro y merienda. Para seguir: un recorrido histórico por los usos del término en cuestión sólo me ha aportado referencias de cariz despectivo, es decir, racista.
Acaso crea Ibsen Martínez que el tono humorístico con que manosea estereotipos sobre la gente de origen africano lo exime de ser señalado como racista. El racismo es una actitud proteica, dada a manifestarse incluso contra la voluntad del sujeto consciente. Es como la piel reseca de un animal bajo el sol: si se la pisa en un punto, se eleva otra parte del cuero tieso.
No es una fatalidad, sino un problema de respeto al diferente y de educación democrática. Como sea, el giro semigamberro empeora las efusiones racistas, porque algo tan repulsivo no admite jueguitos simpaticoides. Esto es algo que sabe hasta el frívolo de Tarantino, quien ha mostrado con Django la urgencia de combatir el racismo, aun con los más estultos tópicos del
western hollywoodense. En todo caso, son
sus víctimas quienes determinan, con más autoridad que nadie, si un acto es racista, no el victimario.
Aparte de atropellar gratuitamente, Ibsen Martínez ejecuta una involución premodernista, rumbo a las raíces de todo avatar del fascismo. Si él y
Tal Cual van a ser congruentes con el democratismo que dicen profesar, deben subsanar tamaña desmesura y hacer algo por elevar éticamente y modernizar el debate ideológico, en una sociedad polarizada en extremo, como la venezolana. Algo como retractarse, pedir perdón a las víctimas y prometer no reincidir. Espero que lo hagan pronto.
Eso sería lo único "simpatiquísimo" en este desagradable asunto.
Ciudad de México, 29-3-2013
El Artículo (Réplica):
E n "Fandango de locos" ( Tal- Cual , 16-3-2013), Ibsen Martínez incurre en dos modos del desprecio a los débiles: el clasismo y el racismo. Ambos coliden con el espíritu democrático y lastiman a millones de personas.
Ibsen Martínez da por buena la caracterización de Venezuela como un "fandango de locos", hecha por María Antonia Bolívar, tras la Independencia. ¿En qué se basa para validar esa expresión del asco mantuano contra la "pardocracia"? En nada estimable. El que haya sido la hermana mayor de Simón Bolívar quien profirió ambos exabruptos no les confiere un ápice de verdad. Al contrario: las reacciones proimperialistas de la máxima oligarca, luego de perder sus privilegios, confirman el fondo egoísta y retrógrada del que sólo puede surgir su sesgada lectura de aquella Venezuela. Todo el que ve obstruida su voluntad de dominio reacciona de manera análoga, máxime si ello se debe a la rebelión de quienes venía sometiendo. ¿De qué nos sirve ahora la opinión de la mantuana resentida, si no es como dato curioso y digno de repugnancia o de piedad condescendiente?, ¿qué alegría quiere Ibsen Martínez que extraigamos de tan vulgar historia? Donde sí hay grandeza es en lo que hace Simón Bolívar: trascender su condición de aristócrata a costa de su vida y sus caudales, apostar por la libertad y todos los buenos valores de la modernidad ilustrada, jugársela por la autonomía política y ética inherente a la kantiana "mayoría de edad" histórica, tras superar el ancien
régime. ¿Acaso considera el escritor que
Venezuela estaría mejor, si continuara siendo una Colonia española? Si es así, allá él; tiene todo el derecho de hacerlo.
A lo que no tiene derecho Ibsen Martínez es a vilipendiar a nadie. Tras celebrar los gruñidos de M. A. Bolívar, propone la noción "merienda de negros" --supuesto equivalente exacto de "fandango de locos"-- para definir la situación política venezolana, a la muerte de Hugo Chávez.
El escritor perpetra, así, un acto de racismo puro y duro: el desprecio supremacista hacia la chusma "africana", en comunión caótica, infrahumana, en torno al cadáver de su líder y héroe. La fácil pseudoantropología de la merienda de negros no da para más, pero induce a obviar el examen del complejo proceso de elaboración popular del héroe: la divinización de un hombre extraordinario --es decir, más allá del común-- fenómeno del que no ha podido prescindir ninguna civilización.
Dado que la muerte del presidente Chávez es un acontecimiento político, es esperable que sus adeptos traten de redituar el sentimiento épico de la vida que marca el duelo popular subsecuente. Así es la política. Es igual de esperable que eso moleste a gente como Ibsen Martínez. Pero esa previsible irritación no le autoriza a agredir a quienes viven con inocencia ese proceso, dibujándolos como una turba de seres inferiores, genéticamente proclives a una voracidad salvaje que deviene siempre caos irremediable.
No entiendo cómo Ibsen Martínez asume "merienda de negros" como una alocución "simpatiquísima". El racismo conjuga la estupidez de cifrar la valía de un ser humano en algo, por ejemplo, tan vacuo como el color de la piel, con la miseria moral de segregar, explotar a lo bestia y mancillar a quien se ha estigmatizado como inferior, con base en esa clase de criterios.
¿Puede haber algo más repelente? ¿Se dirá que exagero? A ver: para empezar, el inevitable diccionario de la Real Academia Española dice que "merienda de negros" significa "confusión y desorden en que nadie se entiende". Nada simpático, pese a ser una definición light, pues, borra el simbolismo salvaje --¿también caníbal?-subyacente en la asociación entre negro y merienda. Para seguir: un recorrido histórico por los usos del término en cuestión sólo me ha aportado referencias de cariz despectivo, es decir, racista.
Acaso crea Ibsen Martínez que el tono humorístico con que manosea estereotipos sobre la gente de origen africano lo exime de ser señalado como racista. El racismo es una actitud proteica, dada a manifestarse incluso contra la voluntad del sujeto consciente. Es como la piel reseca de un animal bajo el sol: si se la pisa en un punto, se eleva otra parte del cuero tieso.
No es una fatalidad, sino un problema de respeto al diferente y de educación democrática. Como sea, el giro semigamberro empeora las efusiones racistas, porque algo tan repulsivo no admite jueguitos simpaticoides. Esto es algo que sabe hasta el frívolo de Tarantino, quien ha mostrado con Django la urgencia de combatir el racismo, aun con los más estultos tópicos del
western hollywoodense. En todo caso, son
sus víctimas quienes determinan, con más autoridad que nadie, si un acto es racista, no el victimario.
Aparte de atropellar gratuitamente, Ibsen Martínez ejecuta una involución premodernista, rumbo a las raíces de todo avatar del fascismo. Si él y
Tal Cual van a ser congruentes con el democratismo que dicen profesar, deben subsanar tamaña desmesura y hacer algo por elevar éticamente y modernizar el debate ideológico, en una sociedad polarizada en extremo, como la venezolana. Algo como retractarse, pedir perdón a las víctimas y prometer no reincidir. Espero que lo hagan pronto.
Eso sería lo único "simpatiquísimo" en este desagradable asunto.
Ciudad de México, 29-3-2013