lunes, 1 de abril de 2013

Domingo de Resurrección por Eloy Reverón


El fruto madura antes de que pueda desarrollarse en nuevo germen. Vivimos momentos de trance entre la muerte y la vida. Lo luminoso es invencible, el Hombre sepultado engendra una nueva vida en la tierra.

No podemos ir a lugar alguno con los corazones desintegrados. Los vulgares se hacen sentir tan solo con insultos al dolor de la familia para indignar a los nobles y obligarlos a mostrar su sombra heridos de compasión. Es noble observar la mengua y el incremento; la plenitud y el vacío. La quietud no implica indefensión, implica la espera del momento más efectivo para el movimiento.

Son aquellos instantes cuando los superiores incrementan sus dádivas a los inferiores a fin de asegurar su posición. Se aproxima el momento de unir las fuerzas, ampliar la base del valle para evitar el derrumbe de la montaña.

La desventura se llora tras la pérdida de los perseverantes. Peligro. El movimiento se ha roto en su base, quedan en su cargo los más solidarios. El peligro es pasajero cuando no se le ignora. Los impedimentos van cediendo uno a uno. Es apenas ahora, cuando se inicia el camino hacia la liberación.

Foto Jesús Goite Caracas, Filven 2013 
Es el tiempo cuando las tensiones se disuelven, es preciso mantener condiciones normales. Vivimos épocas de viraje. 
Las lágrimas brotan como lluvia liberadora de cargas que oprimen pero obtienen efectos salvadores y estimulantes que se manifiestan en la vida de los ciudadanos. En tales circunstancias, es importante que nadie intente exagerar el valor del triunfo. No avanzar más allá de lo indispensable. Retornar al orden de la vida, no bien alcanzada la liberación es lo que aporta ventura. Que las lágrimas laven los errores.

Cuando aún quedan restos por elaborar, es preciso hacerlo ya. Con todo aclarado no habrá demoras ni dilaciones. 



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