El último parte médico ofrecido por el ministro Ernesto Villegas
en la noche del lunes 4 de marzo no auguraba buenas noticias. La primicia de la
muerte física del gran Hugo Chávez parecía inminente. Luego, durante la mañana
del 5 de marzo, Nicolás Maduro sugirió que la enfermedad del presidente pudo
haber sido inoculada, al tiempo que anunciaba la expulsión de un agregado
diplomático estadounidense por conspirador.
El
ambiente se había enrarecido. El asesinato del cacique Sabino Romero había
golpeado a los revolucionarios, en otro duro golpe a un proceso que ha sido
pacífico solo en un sentido. La rueda de prensa con el Alto Mando Militar
adquirió un aspecto grave. A la desalentadora información ofrecida sobre la
salud de Chávez la noche anterior, se sumaba la sugerencia de la posible
inoculación de la enfermedad y la expulsión del gringo injerencista. Las
especulaciones aumentaron después de mediodía. Finalmente, lo que era
inminente, uno de los escenarios probables, fue sin embargo un golpe
imprevisto.
En
horas de la tarde, El vicepresidente de la República, rodeado de dirigentes
civiles y militares y en cadena nacional, dio la terrible noticia: Hugo Chávez,
el huracán de Sabaneta, el presidente más democrático y legítimo de la historia
occidental, el líder político más amado y odiado del continente, acaso del
mundo, había fallecido.
Chávez
fue el Jefe de Estado sobre el que se escribió más, el protagonista de miles de
artículos de opinión, de crónicas, ensayos, décimas y poemas, tesis y
antítesis. Si bien así lo demuestra el libro Hugo Chávez Frías y la Revolución
Bolivariana, de Rafael Ramón Castellanos, creemos que aún es mucho lo que queda
por plasmar sobre la obra multitudinaria y eterna del arañero de Sabaneta,
ahora que viene el momento de la sistematización, del balance histórico, de la
evaluación, del destape de algunas situaciones, de la desclasificación de
documentos, de las tribulaciones de un ser humano que cargando con una
enfermedad tan dura fue capaz de alcanzar una nueva y aplastante victoria electoral
el pasado 7 de octubre.
El
dolor nos embarga en esta hora. Sin embargo, convendrán conmigo en que si hay
alguien en el mundo que no puede llamarse muerto, ese es el Comandante Chávez,
el libertador del alba del siglo XXI. Son muchos los recuerdos, las ideas, las
vivencias que a todos nos marcaron y nos recordarán siempre a Hugo Chávez. La
huella dejada fue profunda, indeleble. Desde principios de siglo la ola
bolivariana se venía sintiendo con fuerza. El renacimiento del debate político,
la politización de la gente, un despertar mágico y poético en el seno del
pueblo, un nuevo sentido de la vida que movilizó ―a favor o en contra― a
Venezuela entera. Chávez era como una gran locomotora arrastrando vagones
oxidados, una poderosa inyección de idealismo, un reencantamiento de la
cotidianidad, una bocanada de vida; alguien a quien seguir y a quien oponerse
en medio de la nada, de la desesperanza.
Chávez,
eres grande. Refundaste la República. Fuiste el único dirigente político que,
derrocado en golpe de Estado mediático-patronal, logró regresar a la silla
presidencial en 48 horas, en un episodio aún muy reciente como para comprender
todas sus implicaciones y consecuencias; inauguraste un proceso político de
cambio social con las herramientas que tuviste a la mano, las del Estado
liberal-burgués, en una lucha que no te dio cuartel y que te autodefinió como
un subversivo en Miraflores. Diste inicio a la primavera política de América
latina; llevaste el pan y las letras a las mayorías que siempre estuvieron excluidas,
en lo que fue tu mayor logro, la gran luz con la que brilló tu pueblo. Pero
además enfrentaste al imperialismo y le hiciste entender que Venezuela merecía
respeto. Expulsaste embajadores golpistas y enterraste al Alca en la tierra del
general Perón.
Chávez
combatió prejuicios, ignorancias, incomprensiones, la soberbia de la oligarquía
venezolana y las del continente. Pasó por encima de las miserias, soportó
infamias hasta el último de sus días. El golpe vencido tuvo una segunda parte
que su liderazgo y la entereza del pueblo fue capaz también de derrotar, en un
episodio que permitió poner definitivamente la principal industria del país al
servicio de las mayorías del pueblo. Y es que, el Gobierno bolivariano fue una
limpieza permanente desde que, en diciembre de 1999, se lanzó en paracaídas
encima de la terrible inundación que se llevó a miles de venezolanos, tragedia
natural donde se puso al frente y donde supo decirle No a la “ayuda
desinteresada” que los gringos ofrecieron con intenciones no muy claras.
Chávez
fue la gran voluntad de vida, el gran conciliador, un espíritu volcánico que
nos demostró el valor del optimismo histórico, de la esperanza, de lo que es
capaz de lograr el ser humano cuando se plantea altos propósitos. Si lo hasta
ahora dicho suena apologético es porque es una apología, casi un ditirambo,
aunque se hayan cometido muchos errores. En este sentido, Chávez también nos
deja un valioso aprendizaje. Para este servidor, dígase lo que se diga, Chávez
vino evidentemente a cumplir una misión, a despertar nuestros sentidos, a
hacernos madurar. Chávez vino a enseñarnos que no podemos vivir en el
territorio de un Estado como si de un campamento se tratara, preocupándonos
solo por lo nuestro, predicando un darwinismo ingenuo y promoviendo el sálvese
quien pueda, sin cultura para la verdadera libertad, sin conciencia histórica,
sin saber lo que es vivir en una patria soberana.
Chávez,
es mucho lo que podríamos decir y muchas cosas se dirán y se discutirán. Por
ahora, nos reconforta que hayas dejado una sólida unidad cívico-militar y un
ejército de millones dispuesto a recoger tu legado. Aquí, en la patria de
Bolívar, viven algunos millones de esos que Tupac Amarú predijo que
regresarían. Chávez, América Latina, los pueblos del mundo, te lloran, y te
lloran porque ahora vivirán para celebrarte.
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